Vienen días de disfraces, de transgresión y de alimentar el ánimo con el regusto que produce el uso de la máscara para esconder lo que somos o para mostrar lo que no nos atrevemos a ser. A cada cual, lo que le pida el cuerpo o le guíe el espíritu. En la actualidad, la celebración del Carnaval aparece ligada al posfranquismo en toda su extensión, con el estallido en los albores de los ochenta de esta fiesta, en mitad del vergel que brotó después de 40 años de sequía dictatorial. Limitando la mirada a lo que sucedía en Euskal Herria, hay que puntualizar; ni Franco acabó totalmente con los carnavales, ni hay que pensar que previamente no había sufrido sus crisis. El etnógrafo Juan Garmendia Larrañaga (Tolosa, 1926) ha sido testigo de excepción de los carnavales tolosarras desde los tiempos de la República y ha recogido multitud de testimonios por diversos rincones de Euskal Herria a lo largo de 50 años dedicados al trabajo de campo. “Durante la república, el carnaval había entrado en declive en muchos lugares de Euskadi, sobre todo en las poblaciones pequeñas, aunque en Tolosa tenía mucha fuerza. Naturalmente, la prohibición franquista lo debilitó todavía más, aunque no acabó con él”.
Sobre el origen etimológico de Carnaval / Ihauteriak hay diversas teorías. “Februa” es “Iaute”, “Febraure” es “Iautu” (limpiar, barrer) y, en castellano, el latín “Carnes tollere” significa abstinencia de carne durante 40 días o “currus navalis”, nombre que daban los romanos a la procesión que celebraban en la fiesta de Isis. Garmendia discurre por este terreno con pies de plomo. “Yo suelo decir que cuando nos metemos en asuntos etimológicos nos pasa como en casa del jabonero, que el que no cae resbala. Es muy difícil buscar un origen claro. Ahora bien, si hablamos de la propia celebración del Carnaval, viene en razón del cristianismo, tal y como dijo Julio Caro Baroja. Hay elementos como el lobo o las saturnales que nos llevan a época romana, pero sobre esto sólo podemos especular”.
Saltemos de los libros a la calle. Las primeras citas que ha encontrado Garmendia sobre el carnaval se remontan al siglo XVI. “En los archivos hay poco material escrito sobre el tema y el motivo es que siempre ha sido una celebración popular en la que, hasta hace muy pocos años, las instituciones no organizaban nada. Se ponía en marcha al margen de los mandatarios”. Aquí asoma de forma natural el lado irreverente de la fiesta. No sólo eso, Garmendia asegura que esta fiesta se diluye en los grandes espacios y debe de desarrollarse en un contexto más adecuado. “Por ejemplo, en el Baztandarren Biltzarra de Elizondo, las carrozas realizan auténticas representaciones. Son dados a la pantomima y, en ese sentido, el crecimiento de una ciudad no favorece al carnaval callejero. Es una fiesta que cobra todo su valor en espacios urbanos con calles estrechas, de poca luz, con bocacalles”.
Ocho décadas de vida contemplan a este etnógrafo que asegura que, en su esencia, el carnaval no ha cambiado, solo existen más medios para exhibir con más pomposidad, pero los ingredientes principales siguen siendo el ingenio y la ilusión por la fiesta.
Vínculo con la gastronomía
Gastronomía y carnaval están íntimamente ligados. El Carnaval se entrega al solaz del cuerpo, de la carne, en un viaje a través de algunos de los siete pecados capitales, de los cuales la gula es personaje principal en el guión. El lazo directo de esta fiesta con el cristianismo entronca directamente con la idea del binomio marcado por los excesos del periodo carnavalesco y la vigilia y abstinencia propia de la Cuaresma, periodo de 40 días desde el miércoles de ceniza hasta la llegada de la Semana Santa.
Son muchas las viandas ofrecidas en una buena mesa para satisfacer la anteriormente mencionada gula, de las que la carne de cerdo se lleva la palma, amén de las tostadas, las torrijas, los crepes o los buñuelos. “Son fiestas invernales y en esta época del año la matanza del cerdo ha tenido mucha importancia, sobre todo, en lo que se refiere a la economía doméstica rural. En los pueblos pequeños la matanza era un rito, un acto social que cohesionaba a la población”, recuerda Garmendia. En Tolosa y en otros lugares, el Jueves Gordo está reservado al consumo de chorizo y longaniza en los bares y en las casas.
Una de las características principales de la fiesta del carnaval consiste en el gran protagonismo de la postulación en busca de aprovisionamiento por parte de la juventud. “Normalmente se juntaba un grupo de jóvenes, los "txantxos" ("disfrazados") y se dedicaban a recorrer el pueblo de casa en casa para obtener los alimentos que luego comerían o cenarían. En muchos lugares, sobre todo en los núcleos de población más pequeños, la postulación iba unida al baile por parte de los jóvenes. En Abaltzisketa salen ocho dantzaris y todos bailan mientras otro elemento del grupo pide la comida”. En Abaltzisketa o Amezketa siguen saliendo los "txantxos".