domingo, 23 de diciembre de 2012

Ordizia. Crónica "reciente" de un mercado secular



Mercado de Ordizia. 1910

Cierra el año y, a modo de crónica, dirijo la mirada a una de las actividades vivas más longevas que ha cumplido cifra redonda en 2012. Medio milenio, ni más ni menos. La feria de Ordizia ha cumplido 500 años. Este inmenso mercado reúne aún todos los miércoles en la plaza de la localidad a unos 50 productores que ofrecen una larga lista de productos de temporada, los frutos de la tierra puestos al servicio de quien quiere comprar atraído por colores, olores, texturas y sabores al natural, lejos de brillos de neón y liberados de la mortaja de plástico sobre bandeja sintética que envuelven los artículos dispuestos en los estantes de los supermercados, colocados estratégicamente bajo la dictadura del marketing. Aquí no encontrarán escuetas etiquetas explicativas con letra cuerpo 6 a escudriñar bajo lupa. Las dudas las resuelve "in situ" el productor y el espacio de relación comercial mantiene así la sana costumbre de charlar sobre lo que se compra y con posibilidad incluso de derivar a una suerte de filosofía doméstica.
La tierra no regala nada y exige labor constante. Se trata de economía de subsistencia que cotiza a la baja en estos tiempos en los que la especulación es la herramienta de la codicia para lograr beneficio rápido y cuantioso. Probablemente ese alejamiento no sea sino un movimiento en círculo y cumplido el ciclo volvamos al principio o, por lo menos, a rescatar los elementos de importancia capital que tiene la agricultura y ganadería basada en pequeñas explotaciones y que, hoy en día, es modelo duramente castigado.


Ordizia se convertía en un hervidero en los días de feria. 1934.

El concurso de ganado era una de las principales atracciones de la jornada. 1932.

Se han celebrado diferentes actos conmemorativos para celebrar el 500 aniversario de aquél incendio que sufrió Ordizia el 18 de marzo de 1512 y que dio lugar a que la Junta de Zumaia concediera una ayuda para la reconstrucción de la villa. La reina Doña Juana otorgó Real facultad para que pudiera celebrarse mercado franco semanal todos los miércoles del año. Hasta hoy. Evidentemente, no podemos buscar testimonio oral en el origen de la feria, pero sí contar con los recuerdos de un habitante de la vecina Itsasondo de 87 años que dibuja con trazo firme la estampa del mercado y, por extensión, de las relaciones sociales en la época de pre y posguerra. En su humildad, accede a charlar a cambio de la irrenunciable condición de mantenerle en el anonimato, ni nombre ni foto. Es un torpedo en la línea de flotación del género entrevista, pero nobleza obliga para este testimonio anónimo, a modo de Lazarillo.
Nacido en 1925, sus primeras imágenes del mercado se remontan a la época anterior a la Guerra Civil, concretamente habla de cuando tenía nueve años. 1934, con una república en plena convulsión; revolución de Asturias y signos de preguerra que dejaban adivinar el infierno que acaecería dos años después. “Hasta los nueve años estudiábamos en Itsasondo pero luego seguíamos nuestra formación en una escuela de Ordizia. En ese momento fue cuando conocí la feria”, explica nuestro protagonista que, como actividades paralelas, menciona cómo ayudaban a misa como monaguillos y vendían periódicos, ambas muy en boga entre los infantes de la época. Ya en los años 40, este itsasondotarra empezó a trabajar en la empresa Muebles Ordizia, negocio en el que permaneció hasta su jubilación en 1988. Durante muchos años, este empleado colocaba su puesto de muebles en los aledaños de la feria, también los miércoles. “Conozco el mercado porque me ponía en esa calle con los muebles, fuera de la actividad propia del mercado, pero digamos que en la misma ubicación. En aquella época había muchos más caseros que ahora. La actividad se dividía en jornada de mañana y de tarde. Por la mañana se colocaban las mujeres en el mercado con las verduras, las gallinas y los conejos y, por la tarde, era el turno para los hombres, que iban con el ganado”. La división sexual del trabajo se ampliaba a las costumbres. “Al mediodía, las mujeres dejaban los puestos y regresaban a los caseríos, mientras que los hombres se quedaban en los bares a comer y a beber (risas) y, ya por la tarde, el ambiente entre hombres era distinto. Ahí llegaba el trato con el ganado y el verdadero negocio. Porque por la tarde se movía mucho más dinero que por la mañana”.
Muchos de los elementos que, hoy en día, observamos como un resto folclórico, en aquellos tiempos tenían un sentido práctico. “Ahora se ven demostraciones de arrastre de bueyes y la apuesta es un juego, pero yo he conocido en Ordizia los tiempos en los que el arrastre de bueyes y las apuestas se realizaban porque el propietario quería demostrar de cara al vendedor realmente que sus bueyes eran los que más potencia tenían. No era un juego sino una necesidad de vender el animal”.
Nos situamos en la posguerra y hablamos de los productos que, en la feria, daban mayor rédito, productos que eran un auténtico negocio que movía mucho dinero. “La lana y el cuero se pagaban muy caro. Ahora no valen nada, pero en aquella época se cotizaban mucho, era terrible. En las tiendas existía el estraperlo y, por ejemplo, el pan era un producto de estraperlo. En muchos caseríos o en sus alrededores había molinos y estaba prohibido moler, pero lo hacían y había pan blanco”. El pan era un bien muy preciado en aquella época, tanto que nuestro entrevistado recuerda algunos aspectos de la dieta de aquellos años en los caseríos. “En mi casa, en los años 40, comíamos todos los días alubia roja. Y los domingos alubia blanca o garbanzos”. Pero, ¿no es más apreciada la alubia roja que la blanca? “Sí, no sé. El domingo comíamos blanca porque era distinta de lo que consumíamos entre semana, y lo mismo pasaba con el garbanzo”. Cuentan que uno de los manjares preferidos en aquella dieta de los cuarenta y los cincuenta era incorporar a las alubias el pan sobrante, que se reblandecía en la cocción y quedaba exquisito. “Sí, pero eso empezó a partir de finales de los cuarenta. Como te he dicho, el pan era estraperlo y hasta 1948 nos las veíamos muy mal para echar pan a las alubias”.
Volvemos al mercado de Ordizia. “Recuerdo un autobús que venía de Salvatierra en el que ponía Trifón Erro. Venía lleno y la gente que no cabía dentro iba en el techo del autobús. La mayoría eran vendedores, aunque también viajaban algunos compradores. Otros venían con el caballo. En general, el ambiente era más rural que ahora, excepto por la presencia de los kaletarras. Así denominaban a la gente que no era de caserío”.
Otro de los productos estrella que generaban un gran negocio era la castaña. “Eran sacos enormes. Cualquier género venía en sacos de 40 o 60 kilos. Con la castaña había una especie de juego del ratón y el gato. El vendedor ponía las castañas con mejor presencia arriba del saco y las más pequeñas o menos atractivas tapadas por las de arriba. Claro, como el comprador sabía el truco, metía el brazo para inspeccionar las castañas que estaban por debajo y, entonces, el vendedor metía las castañas menos atractivas todavía más abajo, donde no llegaba el brazo del comprador”.
En la compra al por mayor, el testigo recuerda un cliente que compraba en grandes cantidades para llevarlo a un almacén que tenía en Zaragoza. “Existía mucho comprador que llevaba la materia prima fuera. Con los cerdos había un negocio enorme. Compraban crías para luego venderlas otra vez. Eran tratantes de aquí que llevaban las crías fuera, donde no hubiera tanto cerdo. Los compradores se cabreaban porque sabían que el destino era la venta, pero…” A nuestro protagonista le brillan los ojos mientras rememora aquella época de dificultades y trampeos, del “sálvese quien pueda”, donde el mercado de Ordizia era emplazamiento idóneo para aguzar el ingenio y que cada cual buscase la transacción más favorecedora para superar las penurias del periodo de posguerra.





Las mujeres se encargaban de la venta de frutas y verduras por la mañana.
Los hombres se quedaban a comer y, por la tarde, negociaban las transacciones de ganado. 1934
Fotos cedidas por Casa de Cultura de Ordizia y Centro D'Elikatuz

jueves, 20 de diciembre de 2012

Gasca. Templo del cómic


Luis Gasca posee un inmenso archivo de comics de todo tipo de estilos y géneros


Hace algunas semanas se asomaba a la Galería Orión una exposición dedicada a Drácula, con la promesa de que su comisario, Luis Gasca se incorporaría a la constelación de personajes que, poco a poco, completa este blog. Pues aquí está.
En ocasiones, los adjetivos merecen un paso más allá de lo que otorga un vocablo. Decir que Luis Gasca (Donostia, 1933) es un apasionado de los comics es poco. Su colección suma más de 8.000 ejemplares. Y decir que es un hombre prolífico también se queda en la vaguedad. Ha ocupado puestos relevantes en agencias de publicidad y editoriales, ha trabajado en radio, televisión y cine, ha sido director del Zinemaldia en los años 1977, 1981, 1982 y 1983, ha impartido clases en diferentes universidades y ha sido autor o partícipe de más de 140 publicaciones, pero mejor que se hagan una idea del largo etcétera que engloba su actividad echando un vistazo a la siguiente dirección: www.photoaisa.com/AISAWeb/luisgasca/index.jsp.html. Doctor en Derecho, ejerció sólo nueve meses. “Fue todo el tiempo que necesité para darme cuenta de que, como decía el alcalde de Marinaleda, la justicia es un cachondeo”. Colgada la tersa y reluciente toga, inició la mencionada singladura profesional.
Me cito con él cuando acaba de regresar de París. “Siempre voy encantado. Es una ciudad de lujo para cualquier amante del cómic”.  y en unos días va a Madrid a un homenaje que le rinde TVE a “Sarita” (dixit) Montiel. Vamos a paso ligero por las calles donostiarras hasta Reyes Católicos, donde se ubica el monumental archivo de comics. Se desenvuelve bien con el ratón y el teclado y confronta su memoria enciclopedia con los datos recogidos en las páginas web. “Wikipedia y otras páginas de consulta son poco rigurosas. Hay un montón de errores, incluidas fechas”, se lamenta y desconectamos.
Su despacho sólo contiene una pequeña biblioteca en la que se puede admirar el formidable Diccionario Literario Bompiani. Lo jugoso se guarda en el sótano bajo llave, los comics clasificados y guardados en armarios metálicos a un lado y otro de dos largos pasillos. Allí descansan en las condiciones ambientales más favorables tesoros forjados con tinta, papel y, sobre todo, el derroche imaginativo de sus autores. Descansan en su interior los personajes plegados a la espera de que alguien los rescate de su hibernación para saltar a la vida y transportar al lector a mundos sugestivos donde discurren las más apasionantes aventuras. La intención es convertir el espacio en sala de lectura y de consulta, además de investigación, exposiciones y proyecciones.
Las casualidades no existen y tarde o temprano el niño Luis Gasca se hubiera sumergido en el mundo del cómic, pero preguntado sobre la forma en la que se inició en la lectura de los tebeos, Gasca nos remite a un vecino de la infancia. “En el mismo portal vivía el responsable de la imprenta Nerecan que, por aquella época, era la que tiraba los tebeos. El domingo este vecino me regalaba el ejemplar semanal que saldría el martes siguiente. Así, llegaba yo a clase el lunes y ya sabía cómo seguía la historia antes que mis compañeros”. La información privilegiada siempre ha producido un dulce regusto, venga o no acompañada de los pingües beneficios que puede generar. Nos encontramos en los años 40 y la pregunta salta a la superficie como una boya sumergida. ¿La censura? “En los años 40 la censura incidía en los temas políticos, pero en los 60 y 70 llegó una oleada más fuerte, que afectaba a todos los órdenes. El famoso padre Vázquez fue un auténtico inquisidor de esa época. Recuerdo situaciones que la censura no podía tolerar como que los vikingos llegaran a América antes que los españoles o que los indios de Tex fumaran la pipa de la paz porque parecía una incitación al consumo de droga”. Este último es un ejemplo muy ilustrativo de cómo eran los censuradores quienes poseían mentes calenturientas y no los censurados.

Reivindicación del género
Existe la idea de que el cómic es literatura adolescente o juvenil, en algunos casos transición hacia la literatura adulta, con formato de texto, pero el espectro es universal. Vienen a la cabeza aquellas clases de bachillerato con el Cimoc o Víbora en el regazo, lectura furtiva a la fuerza so pena de acabar en el pasillo y, lo que era peor, con el ejemplar confiscado para regodeo del cura profesor. Así quedaban alumno y docente unidos por una misma lectura. La reivindicación del cómic como un tipo de literatura que merece el mismo tratamiento que cualquier otro recuerda a la misma que se produce en el cine con respecto al género de animación que, en los últimos años, merece una mayor consideración. “El cómic no tiene edad. Antes se llamaba tebeo y ese vocablo, “tebeo”, da el nombre genérico al tipo de literatura, sin más. Si realizamos un recorrido histórico, hay que recordar que el género tiene una derivación a principios del siglo 20 hacia las revistas humorísticas, con títulos como “La Traca”, “Fray Lazo” o “Buen humor”. Entonces las publicaciones comenzaron a combinar imagen y texto”.

El cómic como vanguardia
Cómic, literatura textual y cine forman un triángulo de interesantes conexiones. La literatura permite fabricar al lector sus propias imágenes y el cine tiene la capacidad de ofrecer un anclaje a la realidad a través de la imagen en movimiento. El cómic ofrece imágenes, pero estas son estáticas. ¿No es una desventaja? Gasca niega de plano el carácter estático de las viñetas. “Puedes llegar a analizar una viñeta y perderte en ella. Una sola imagen te puede contar mucho más que una película entera; los colores, los matices, los diferentes planos, personajes y la relación entre todos estos elementos son capaces de construir una historia dinámica. En este sentido, el cómic es vanguardia estética y es capaz de excitar el imaginario del lector como ningún otro canal”.
Gasca ahonda en esa visión vanguardista del cómic. “Los héroes han nacido en el papel y luego han pasado a la pantalla. Hacia 1902 ya había adaptaciones al cine de historias de comics. La diferencia era que esos experimentos pioneros eran genéricos de publicaciones que salían en Estados Unidos. Las adaptaciones eran muy fieles a los dibujos y, de hecho, los propios autores de los comics eran los que luego estaban al frente del producto cinematográfico. En los años 30 todo eso cambia y comienzan los seriales con bajo presupuesto, con adaptaciones más libres aunque respetan el vestuarios de los personajes. Más tarde el fenómeno se masifica y las adaptaciones dejan de ser fiel reflejo del original impreso. Tampoco creo que las obras que se llevan al cine tengan que ser necesariamente fieles. La última serie de películas de Batman me parece muy interesante”.
Por lo que respecta al texto, el género ofrece una lista interminable de términos que, más tarde, se han popularizado. En un cómic no existe la voz, se la imagina el propio lector, pero Gasca da una importancia vital a la voz, tanto en el cine como en la radio, medio este último en el que también se ha prodigado. “El doblaje me parece una aberración. Es increíble que Brad Pitt tenga que entrenar su dicción durante semanas para representar fielmente a un personajes de una comarca concreta y luego venga un señor con gafas y un papel y le ponga su voz. O, por ejemplo, los doblajes de los niños. La ley impide que los niños puedan ser dobladores y eso obliga a que todas las voces de niños sean realizadas por adultos de manera más o menos forzada”, se lamenta Gasca.

Héroes con debilidades
No podemos escapar de la histórica tentativa de clasificar a los personajes en unos pocos perfiles a modo de moldes, a partir de los cuales podía desplegarse una trama argumental completa. Mero corsé. Los seis personajes de la comedia en el Siglo de Oro (dama, galán, poderoso, viejo, gracioso y criada) con sus roles correspondientes tuvieron continuidad en el cine con diversas fórmulas como el bueno, el malo, el galán, la guapa, el tonto u otras pocas divisiones. En el caso que nos ocupa, el cómic no puede zafarse de las figuras de héroe y villano. Para Gasca es importante el trasvase de niveles, de lo sobrehumano con poderes increíbles (delicioso ingrediente de las lecturas infantiles) a lo humano (donde palpita el vínculo de implicación entre el personaje y el lector que le otorga movimiento). “Del héroe espero que tenga matices, fallos humanos por decirlo así. Quiero que tenga heridas, que se pase dos días enteros encerrado en casa y ver cómo le crece la barba. Por otro lado, espero momentos de humanidad en el villano. Y, por supuesto, nunca puede faltar el factor sorpresa”.

Dificultad en la distribución
Gasca fue fundador, junto al también donostiarra Javier Aranburu, de la editorial Burulan que a principios de los 70 rescató algunos de los clásicos y abrió una nueva vía a través de publicaciones bajo el título “Drácula”. También dirigió Pala, Sadko y fue asesor editorial de Ediciones B. Desde su experiencia, explica la diferencia entre el trabajo en una editorial convencional y una empresa dedicada a la edición de comics. “La particularidad radica en la distribución. Los comics se vendían únicamente en quioscos. Con la llegada de la novela gráfica en los años 70 surgen librerías y son locales especializados. Ahora la distribución se ha extendido y se puede encontrar un cómic en cualquier librería, pero comparte espacio con los demás géneros. El dueño lo puede poner en un lugar destacado de un estante, si considera que la obra lo merece, pero no le otorga esa dedicación que requiere. En Francia es otra cosa, allí se dedican mucho más al cuidado de esos circuitos de distribución concretos”, asegura Gasco.
Gasco es “papeldependiente” frente a las nuevas tecnologías. “El cómic digital va a traer una revolución de grandes dimensiones, pero rompe la magia del papel. Necesito el contacto con el papel, el olor de los libros, el marcador de páginas, volver las páginas”. No hay duda de que el valor iconográfico del cómic hace que el libro como objeto cotice al alza. Quizá el cómic se convierta en un futuro en un reducto de resistencia del papel, junto a bibliómanos empedernidos.
Una última pregunta lanzada sin mucha esperanza de pregunta concreta. ¿Su autor favorito? No lo duda. "Will Eisner".

martes, 4 de diciembre de 2012

Vogayer I. El viaje más largo acaba de empezar


Me desayuno con la noticia de que la sonda Voyager I rebasa los límites del sistema solar para adentrarse en el inmenso mar cósmico. Para recordar el lanzamiento de la sonda Voyager I casi hay que peinar canas. La memoria es caprichosa y, según para qué, un 5 de setiembre de 1977 puede parecer casi una eternidad o puede parecer que fue ayer. Mis recuerdos han de remontarse a una infancia que era terreno abonado para que el germen de la curiosidad floreciera con fuerza. En temas astronómicos, uno de mis recuerdos más impactantes fue el de la llegada de la Viking a Marte el 20 de julio de 1976. Pleno verano cuando, entre juegos y callejeo, la televisión y la radio se hicieron eco de la gran noticia. Por supuesto, no llegaba a evaluar el alcance del logro, aunque el acontecimiento despertó mi interés por mundos lejanos y desconocidos, pero reales. Era la maravilla de descubrir un hogar con la puerta abierta al exterior. Entonces no lo comprendía, pero tenía el privilegio de pertenecer a la primera generación infantil que veía cómo el hombre había iniciado la exploración de otros mundos.
Hoy conservo mis vivencias de aquellos años como escenas inalcanzables y sólo aprehensibles por una memoria que moldea la realidad y la envuelve en un fluido del que sobresalen algunas imágenes intactas como náufragos aferrados a la vida. Uno de los recuerdos indelebles es la fascinación de saber que la Voyager I era lanzada para vagar por el espacio. Ello suponía una cantidad ingente de madera para alimentar los motores de la imaginación. No era la primera sonda destinada a este fin, pero sí es la que más lejos ha llegado, la primera en posicionarse en la carrera hacia el infinito.
En el inconmesurable espacio, lejos de las fronteras de nuestro planeta, el tiempo cobra también una dimensión inconmensurable. En el cosmos, la medición en horas, días, años o milenios es insuficiente, signo de que nuestra vida es efímera. Voyager I ha viajado más rápido que cualquier otro artefacto fabricado por el hombre, casi más veloz de lo que nuestra propia imaginación pueda concebir. Su cuentakilómetros registra una velocidad de 60.000 kilómetros por hora, suficiente para dar una vuelta y media al mundo atravesando todo el ecuador y algo más en un hora o para llegar a la Luna en un viaje de cinco horas. Han sido necesarios 35 años para situarse en los límites del sistema solar pero, después de 35 años, sólo se encuentra 18.500 millones de kilómetros del sol, es decir, la distancia que recorre la luz en 15 horas (15 horas-luz). Y si la sonda a duras penas avanza media hora-luz cada año todavía sufrirá un tedioso recorrido a través del frío y solitario espacio hasta divisar la estrella más cercana, Alfa Centauri, a 4 años-luz, objeto que alcanzará dentro de 70.000 años. En un supuesto viaje por el universo conocido es como salir de nuestra casa para tocar la puerta de la del vecino. La anchura de la Vía Láctea, nuestro siguiente hogar más próximo en las infinitas capas de la cebolla cosmológica, tiene una anchura de 10.000 años luz. La vecina galaxia de Andrómeda, visible casi a simple vista en noches claras, se divisa a 2 millones de años-luz. Seguimos añadiendo ceros hasta llegar a la recientemente descubierta galaxia más lejana a 13.500 millones de años-luz. El viaje más largo de 13.500 millones de años-luz acaba de empezar hace 17 horas-luz.


Voyager I. La huella más alejada del hombre abandona el sistema solar.
¿Será algún día rescatado por otra forma de vida?