Me desayuno con la noticia de que la sonda Voyager I rebasa los límites del sistema solar para adentrarse en el inmenso mar cósmico. Para recordar el lanzamiento de la sonda Voyager I casi hay que peinar canas. La memoria es caprichosa y, según para qué, un 5 de setiembre de 1977 puede parecer casi una eternidad o puede parecer que fue ayer. Mis recuerdos han de remontarse a una infancia que era terreno abonado para que el germen de la curiosidad floreciera con fuerza. En temas astronómicos, uno de mis recuerdos más impactantes fue el de la llegada de la Viking a Marte el 20 de julio de 1976. Pleno verano cuando, entre juegos y callejeo, la televisión y la radio se hicieron eco de la gran noticia. Por supuesto, no llegaba a evaluar el alcance del logro, aunque el acontecimiento despertó mi interés por mundos lejanos y desconocidos, pero reales. Era la maravilla de descubrir un hogar con la puerta abierta al exterior. Entonces no lo comprendía, pero tenía el privilegio de pertenecer a la primera generación infantil que veía cómo el hombre había iniciado la exploración de otros mundos.
Hoy conservo mis vivencias de aquellos años como escenas inalcanzables y sólo aprehensibles por una memoria que moldea la realidad y la envuelve en un fluido del que sobresalen algunas imágenes intactas como náufragos aferrados a la vida. Uno de los recuerdos indelebles es la fascinación de saber que la Voyager I era lanzada para vagar por el espacio. Ello suponía una cantidad ingente de madera para alimentar los motores de la imaginación. No era la primera sonda destinada a este fin, pero sí es la que más lejos ha llegado, la primera en posicionarse en la carrera hacia el infinito.
En el inconmesurable espacio, lejos de las fronteras de nuestro planeta, el tiempo cobra también una dimensión inconmensurable. En el cosmos, la medición en horas, días, años o milenios es insuficiente, signo de que nuestra vida es efímera. Voyager I ha viajado más rápido que cualquier otro artefacto fabricado por el hombre, casi más veloz de lo que nuestra propia imaginación pueda concebir. Su cuentakilómetros registra una velocidad de 60.000 kilómetros por hora, suficiente para dar una vuelta y media al mundo atravesando todo el ecuador y algo más en un hora o para llegar a la Luna en un viaje de cinco horas. Han sido necesarios 35 años para situarse en los límites del sistema solar pero, después de 35 años, sólo se encuentra 18.500 millones de kilómetros del sol, es decir, la distancia que recorre la luz en 15 horas (15 horas-luz). Y si la sonda a duras penas avanza media hora-luz cada año todavía sufrirá un tedioso recorrido a través del frío y solitario espacio hasta divisar la estrella más cercana, Alfa Centauri, a 4 años-luz, objeto que alcanzará dentro de 70.000 años. En un supuesto viaje por el universo conocido es como salir de nuestra casa para tocar la puerta de la del vecino. La anchura de la Vía Láctea, nuestro siguiente hogar más próximo en las infinitas capas de la cebolla cosmológica, tiene una anchura de 10.000 años luz. La vecina galaxia de Andrómeda, visible casi a simple vista en noches claras, se divisa a 2 millones de años-luz. Seguimos añadiendo ceros hasta llegar a la recientemente descubierta galaxia más lejana a 13.500 millones de años-luz. El viaje más largo de 13.500 millones de años-luz acaba de empezar hace 17 horas-luz.
En el inconmesurable espacio, lejos de las fronteras de nuestro planeta, el tiempo cobra también una dimensión inconmensurable. En el cosmos, la medición en horas, días, años o milenios es insuficiente, signo de que nuestra vida es efímera. Voyager I ha viajado más rápido que cualquier otro artefacto fabricado por el hombre, casi más veloz de lo que nuestra propia imaginación pueda concebir. Su cuentakilómetros registra una velocidad de 60.000 kilómetros por hora, suficiente para dar una vuelta y media al mundo atravesando todo el ecuador y algo más en un hora o para llegar a la Luna en un viaje de cinco horas. Han sido necesarios 35 años para situarse en los límites del sistema solar pero, después de 35 años, sólo se encuentra 18.500 millones de kilómetros del sol, es decir, la distancia que recorre la luz en 15 horas (15 horas-luz). Y si la sonda a duras penas avanza media hora-luz cada año todavía sufrirá un tedioso recorrido a través del frío y solitario espacio hasta divisar la estrella más cercana, Alfa Centauri, a 4 años-luz, objeto que alcanzará dentro de 70.000 años. En un supuesto viaje por el universo conocido es como salir de nuestra casa para tocar la puerta de la del vecino. La anchura de la Vía Láctea, nuestro siguiente hogar más próximo en las infinitas capas de la cebolla cosmológica, tiene una anchura de 10.000 años luz. La vecina galaxia de Andrómeda, visible casi a simple vista en noches claras, se divisa a 2 millones de años-luz. Seguimos añadiendo ceros hasta llegar a la recientemente descubierta galaxia más lejana a 13.500 millones de años-luz. El viaje más largo de 13.500 millones de años-luz acaba de empezar hace 17 horas-luz.
Voyager I. La huella más alejada del hombre abandona el sistema solar.
¿Será algún día rescatado por otra forma de vida?
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