![]() |
www.turismodepamplona.com |
Nada de toros en la plaza, nada de correr el encierro. Pero sí emoción en la fiesta. Con los toros, sin los toros o pese a los toros. Si lo que uno quiere es ver el encierro, la opción de primera fila tras la barrera y subido a lo alto del vallado obliga a situarse por lo menos una hora antes. El que llega tarde busca como puede un hueco en tercera o cuarta fila que le permita observar qué sucede en el recorrido, pero la visión del toro no impresiona, pasan delante del espectador como una exhalación, como saetas que sólo dan una visión fugaz en medio del revuelo. Muy efímero. Si se opta por ver la carrera casi al final del recorrido, desde el callejón que da acceso a la plaza, lo impresionante, lo emocionante es el crescendo que se prolonga durante los dos minutos que tarda en llegar la manada. Suena el cohete que rasga la quietud de la mañana y es saludado por los presentes. El ¡pum! anuncia con rotundidad lo inexorable, que los toros ya han salido 800 metros atrás y corren en plena calle. No hay vuelta atrás, no hay remedio… vienen. Dentro del recorrido, tras el chupinazo un leve silencio, los mozos quietos en la espera. Poco a poco se oye un rumor que va aumentando, se acercan. Los mozos, todavía sin moverse del sitio, saltan para tratar de adivinar los lomos de los animales que avanzan a lo lejos. Calculan distancias. Llegan los primeros corredores que vienen desde atrás a la carrera, mientras otros aguantan un poco más. Ahora comienzan a correr todos, la manada a pocos metros. Todos corren, cada vez más mozos, una multitud corriendo vertiginosamente, urgidos por la pura necesidad de salvar la vida. Gritos, manotazos, empujones, caídas y sálvese quien pueda bajo el creciente y rotundo sonido de los cencerros. Comienza un temblor de tierra y el pavimento de piedra se estremece al paso de las siete toneladas en compacto paquete de animal enfurecido, un terremoto acompañado del sonido implacable de la pezuña contra el suelo. En el vertiginoso avance, las astas llevan el sello de la muerte y se abren paso de forma inapelable. Mientras el suelo vibra, uno piensa que hay que estar loco para meterse ahí dentro. En un instante, la furia pasa y poco después suena el cohete que anuncia el final de la carrera. Ahora sí, el espectador gana la calle que un minuto antes fue escenario de peligro y terror. Ambiente bullicioso y desayuno en la calle Estafeta, el día festivo no ha hecho sino empezar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario