Un Twiter enviado por @FNPI_org reza lo siguiente: ¿Hay algún mecanismo de defensa de los lectores cuando los diarios publican fotos escabrosas? http://bit.ly/OyoPtA #ConsultorioÉtico
Ese mensaje me ha movido a la reflexión y ha sido el germen de una serie de consideraciones que plasmo a vuela pluma en este espacio. Ciertamente, el periodista se ve prácticamente a diario asaltado por las dudas sobre cómo enfocar un hecho noticioso. Quiero partir de la convicción personal de que la objetividad no solo no existe sino que, además, no es en absoluto un fin por el que hay que luchar. El concepto clave es la intencionalidad para entender que la objetividad es imposible y, además, inadecuada.
Objetividad imposible: si por objetividad entendemos la mera descripción de un hecho noticioso servida en bandeja de plata y en toda su inmaculada perfección, sin distorsiones, olvídese el lector de ello. La noticia pasa por el filtro del periodista y por el filtro del receptor, filtros que son subjetividades conscientes o no y que añaden elementos de interpretación del hecho noticioso. Esa interpretación siempre existe y es subjetiva (versus objetiva), por no mencionar la obligación de sintetizar dado que la noticia se sirve en un espacio limitado. Aquí, noticia escrita fotografía o vídeo siempre aparece enmarcados y todo lo que no sale dentro del cuadro es realidad hurtada a los ojos del receptor. En resumen, la realidad cambia, por obra u omisión.
Objetividad inadecuada: al margen de una labor meramente descriptiva de una noticia, el profesional de la información interpreta la misma y la riqueza de la comunicación reside precisamente en el análisis y la diversidad de los géneros periodísticos. La intencionalidad, hilo conductor de toda esta reflexión, se convierte así en el motor central que va a decidir lo adecuado o no de publicar contenidos que pueden herir la sensibilidad del receptor. Si la intención es mercantilista (vender más ejemplares o promoción del propio medio) el morbo gana en pureza, se vende carnaza con el único propósito de obtener beneficio a costa de alimentar los más bajos apetitos del lector o espectador. Estas actitudes son éticamente reprobables siguiendo los más elementales conceptos de manual de ética periodística. Pero si la intención es remover sensibilidades o despertar conciencia crítica, podemos llegar a pensar que es conveniente tocar (o herir) la sensibilidad del receptor. El dolor de las heridas confirman que estamos vivos.
Hace algunos años trabajaba en una revista en la que publicamos un número especial titulado “El verdadero rostro del terror USA”. La idea central era criticar la actuación exterior de Estados Unidos, cuya política imperialista ha causado estragos a lo largo de los últimos 100 años. Llego a nuestra redacción una fotografía de un bebé recién nacido sin cerebro en un hospital de Irak. El drama era consecuencia directa del uranio enriquecido utilizado por los estadounidenses en la Guerra del Golfo. Era sólo uno de los muchos ejemplos de dolencias y malformaciones que se dieron después de la brutal intervención yanqui, pero aquél era un rostro, el rostro del terror, “el verdadero rostro del terror USA”. En la redacción se valoró llevar a portada aquella fotografía y, aunque la decisión final correspondía naturalmente a la dirección, la situación provocó un intensísimo y apasionante debate entre todos los compañeros sobre la conveniencia o no de publicar la imagen. Unos estábamos a favor de publicarla, otros estaban en contra y el episodio fue muy estimulante. Finalmente no se publicó, pero a todos nos había afectado la brutalidad de aquella imagen y los que queríamos publicarla precisamente pensábamos en que era la más efectiva manera de acercar a nuestros lectores la verdadera dimensión de aquella brutalidad. Efectivamente, el valor de la cercanía. La cruda realidad como remedio contra el adormecimiento de la conciencia.
Ese mensaje me ha movido a la reflexión y ha sido el germen de una serie de consideraciones que plasmo a vuela pluma en este espacio. Ciertamente, el periodista se ve prácticamente a diario asaltado por las dudas sobre cómo enfocar un hecho noticioso. Quiero partir de la convicción personal de que la objetividad no solo no existe sino que, además, no es en absoluto un fin por el que hay que luchar. El concepto clave es la intencionalidad para entender que la objetividad es imposible y, además, inadecuada.
Objetividad imposible: si por objetividad entendemos la mera descripción de un hecho noticioso servida en bandeja de plata y en toda su inmaculada perfección, sin distorsiones, olvídese el lector de ello. La noticia pasa por el filtro del periodista y por el filtro del receptor, filtros que son subjetividades conscientes o no y que añaden elementos de interpretación del hecho noticioso. Esa interpretación siempre existe y es subjetiva (versus objetiva), por no mencionar la obligación de sintetizar dado que la noticia se sirve en un espacio limitado. Aquí, noticia escrita fotografía o vídeo siempre aparece enmarcados y todo lo que no sale dentro del cuadro es realidad hurtada a los ojos del receptor. En resumen, la realidad cambia, por obra u omisión.
Objetividad inadecuada: al margen de una labor meramente descriptiva de una noticia, el profesional de la información interpreta la misma y la riqueza de la comunicación reside precisamente en el análisis y la diversidad de los géneros periodísticos. La intencionalidad, hilo conductor de toda esta reflexión, se convierte así en el motor central que va a decidir lo adecuado o no de publicar contenidos que pueden herir la sensibilidad del receptor. Si la intención es mercantilista (vender más ejemplares o promoción del propio medio) el morbo gana en pureza, se vende carnaza con el único propósito de obtener beneficio a costa de alimentar los más bajos apetitos del lector o espectador. Estas actitudes son éticamente reprobables siguiendo los más elementales conceptos de manual de ética periodística. Pero si la intención es remover sensibilidades o despertar conciencia crítica, podemos llegar a pensar que es conveniente tocar (o herir) la sensibilidad del receptor. El dolor de las heridas confirman que estamos vivos.
Hace algunos años trabajaba en una revista en la que publicamos un número especial titulado “El verdadero rostro del terror USA”. La idea central era criticar la actuación exterior de Estados Unidos, cuya política imperialista ha causado estragos a lo largo de los últimos 100 años. Llego a nuestra redacción una fotografía de un bebé recién nacido sin cerebro en un hospital de Irak. El drama era consecuencia directa del uranio enriquecido utilizado por los estadounidenses en la Guerra del Golfo. Era sólo uno de los muchos ejemplos de dolencias y malformaciones que se dieron después de la brutal intervención yanqui, pero aquél era un rostro, el rostro del terror, “el verdadero rostro del terror USA”. En la redacción se valoró llevar a portada aquella fotografía y, aunque la decisión final correspondía naturalmente a la dirección, la situación provocó un intensísimo y apasionante debate entre todos los compañeros sobre la conveniencia o no de publicar la imagen. Unos estábamos a favor de publicarla, otros estaban en contra y el episodio fue muy estimulante. Finalmente no se publicó, pero a todos nos había afectado la brutalidad de aquella imagen y los que queríamos publicarla precisamente pensábamos en que era la más efectiva manera de acercar a nuestros lectores la verdadera dimensión de aquella brutalidad. Efectivamente, el valor de la cercanía. La cruda realidad como remedio contra el adormecimiento de la conciencia.
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