Mercado de Ordizia. 1910
Cierra el año y, a modo de crónica, dirijo la mirada a una de las actividades vivas más longevas que ha cumplido cifra redonda en 2012. Medio milenio, ni más ni menos. La feria de Ordizia ha cumplido 500 años. Este inmenso mercado reúne aún todos los miércoles en la plaza de la localidad a unos 50 productores que ofrecen una larga lista de productos de temporada, los frutos de la tierra puestos al servicio de quien quiere comprar atraído por colores, olores, texturas y sabores al natural, lejos de brillos de neón y liberados de la mortaja de plástico sobre bandeja sintética que envuelven los artículos dispuestos en los estantes de los supermercados, colocados estratégicamente bajo la dictadura del marketing. Aquí no encontrarán escuetas etiquetas explicativas con letra cuerpo 6 a escudriñar bajo lupa. Las dudas las resuelve "in situ" el productor y el espacio de relación comercial mantiene así la sana costumbre de charlar sobre lo que se compra y con posibilidad incluso de derivar a una suerte de filosofía doméstica.
La tierra no regala nada y exige labor constante. Se trata de economía de subsistencia que cotiza a la baja en estos tiempos en los que la especulación es la herramienta de la codicia para lograr beneficio rápido y cuantioso. Probablemente ese alejamiento no sea sino un movimiento en círculo y cumplido el ciclo volvamos al principio o, por lo menos, a rescatar los elementos de importancia capital que tiene la agricultura y ganadería basada en pequeñas explotaciones y que, hoy en día, es modelo duramente castigado.
Ordizia se convertía en un hervidero en los días de feria. 1934.
El concurso de ganado era una de las principales atracciones de la jornada. 1932.
Se han celebrado diferentes actos conmemorativos para celebrar el 500 aniversario de aquél incendio que sufrió Ordizia el 18 de marzo de 1512 y que dio lugar a que la Junta de Zumaia concediera una ayuda para la reconstrucción de la villa. La reina Doña Juana otorgó Real facultad para que pudiera celebrarse mercado franco semanal todos los miércoles del año. Hasta hoy. Evidentemente, no podemos buscar testimonio oral en el origen de la feria, pero sí contar con los recuerdos de un habitante de la vecina Itsasondo de 87 años que dibuja con trazo firme la estampa del mercado y, por extensión, de las relaciones sociales en la época de pre y posguerra. En su humildad, accede a charlar a cambio de la irrenunciable condición de mantenerle en el anonimato, ni nombre ni foto. Es un torpedo en la línea de flotación del género entrevista, pero nobleza obliga para este testimonio anónimo, a modo de Lazarillo.
Nacido en 1925, sus primeras imágenes del mercado se remontan a la época anterior a la Guerra Civil, concretamente habla de cuando tenía nueve años. 1934, con una república en plena convulsión; revolución de Asturias y signos de preguerra que dejaban adivinar el infierno que acaecería dos años después. “Hasta los nueve años estudiábamos en Itsasondo pero luego seguíamos nuestra formación en una escuela de Ordizia. En ese momento fue cuando conocí la feria”, explica nuestro protagonista que, como actividades paralelas, menciona cómo ayudaban a misa como monaguillos y vendían periódicos, ambas muy en boga entre los infantes de la época. Ya en los años 40, este itsasondotarra empezó a trabajar en la empresa Muebles Ordizia, negocio en el que permaneció hasta su jubilación en 1988. Durante muchos años, este empleado colocaba su puesto de muebles en los aledaños de la feria, también los miércoles. “Conozco el mercado porque me ponía en esa calle con los muebles, fuera de la actividad propia del mercado, pero digamos que en la misma ubicación. En aquella época había muchos más caseros que ahora. La actividad se dividía en jornada de mañana y de tarde. Por la mañana se colocaban las mujeres en el mercado con las verduras, las gallinas y los conejos y, por la tarde, era el turno para los hombres, que iban con el ganado”. La división sexual del trabajo se ampliaba a las costumbres. “Al mediodía, las mujeres dejaban los puestos y regresaban a los caseríos, mientras que los hombres se quedaban en los bares a comer y a beber (risas) y, ya por la tarde, el ambiente entre hombres era distinto. Ahí llegaba el trato con el ganado y el verdadero negocio. Porque por la tarde se movía mucho más dinero que por la mañana”.
Muchos de los elementos que, hoy en día, observamos como un resto folclórico, en aquellos tiempos tenían un sentido práctico. “Ahora se ven demostraciones de arrastre de bueyes y la apuesta es un juego, pero yo he conocido en Ordizia los tiempos en los que el arrastre de bueyes y las apuestas se realizaban porque el propietario quería demostrar de cara al vendedor realmente que sus bueyes eran los que más potencia tenían. No era un juego sino una necesidad de vender el animal”.
Nos situamos en la posguerra y hablamos de los productos que, en la feria, daban mayor rédito, productos que eran un auténtico negocio que movía mucho dinero. “La lana y el cuero se pagaban muy caro. Ahora no valen nada, pero en aquella época se cotizaban mucho, era terrible. En las tiendas existía el estraperlo y, por ejemplo, el pan era un producto de estraperlo. En muchos caseríos o en sus alrededores había molinos y estaba prohibido moler, pero lo hacían y había pan blanco”. El pan era un bien muy preciado en aquella época, tanto que nuestro entrevistado recuerda algunos aspectos de la dieta de aquellos años en los caseríos. “En mi casa, en los años 40, comíamos todos los días alubia roja. Y los domingos alubia blanca o garbanzos”. Pero, ¿no es más apreciada la alubia roja que la blanca? “Sí, no sé. El domingo comíamos blanca porque era distinta de lo que consumíamos entre semana, y lo mismo pasaba con el garbanzo”. Cuentan que uno de los manjares preferidos en aquella dieta de los cuarenta y los cincuenta era incorporar a las alubias el pan sobrante, que se reblandecía en la cocción y quedaba exquisito. “Sí, pero eso empezó a partir de finales de los cuarenta. Como te he dicho, el pan era estraperlo y hasta 1948 nos las veíamos muy mal para echar pan a las alubias”.
Volvemos al mercado de Ordizia. “Recuerdo un autobús que venía de Salvatierra en el que ponía Trifón Erro. Venía lleno y la gente que no cabía dentro iba en el techo del autobús. La mayoría eran vendedores, aunque también viajaban algunos compradores. Otros venían con el caballo. En general, el ambiente era más rural que ahora, excepto por la presencia de los kaletarras. Así denominaban a la gente que no era de caserío”.
Otro de los productos estrella que generaban un gran negocio era la castaña. “Eran sacos enormes. Cualquier género venía en sacos de 40 o 60 kilos. Con la castaña había una especie de juego del ratón y el gato. El vendedor ponía las castañas con mejor presencia arriba del saco y las más pequeñas o menos atractivas tapadas por las de arriba. Claro, como el comprador sabía el truco, metía el brazo para inspeccionar las castañas que estaban por debajo y, entonces, el vendedor metía las castañas menos atractivas todavía más abajo, donde no llegaba el brazo del comprador”.
En la compra al por mayor, el testigo recuerda un cliente que compraba en grandes cantidades para llevarlo a un almacén que tenía en Zaragoza. “Existía mucho comprador que llevaba la materia prima fuera. Con los cerdos había un negocio enorme. Compraban crías para luego venderlas otra vez. Eran tratantes de aquí que llevaban las crías fuera, donde no hubiera tanto cerdo. Los compradores se cabreaban porque sabían que el destino era la venta, pero…” A nuestro protagonista le brillan los ojos mientras rememora aquella época de dificultades y trampeos, del “sálvese quien pueda”, donde el mercado de Ordizia era emplazamiento idóneo para aguzar el ingenio y que cada cual buscase la transacción más favorecedora para superar las penurias del periodo de posguerra.
Las mujeres se encargaban de la venta de frutas y verduras por la mañana.
Los hombres se quedaban a comer y, por la tarde, negociaban las transacciones de ganado. 1934
Fotos cedidas por Casa de Cultura de Ordizia y Centro D'Elikatuz